La cara más fea de la política, de Lluís Foix

La corrupción es la cara más fea de la política, aquello que se quiere ocultar para no sonrojarse de los detalles cutres y pintorescos que surgen en todas las tramas delictivas. Los discursos lo aguantan todo, pero los hechos son hechos y destruyen la retórica de quienes los desprecian.

Lo que más sorprende es la actitud chulesca de los partidos que se defienden arrojando tinta de calamar contra el adversario con el «y tú más» habitual. Falta ironía y vocabulario. Hablan como si no existieran hemerotecas y como si el personal no tuviera memoria. Estos episodios tienen un aire decadente con un sentido del ridículo difícilmente reparable.


Koldo García

Sergio Pérez/Efe

Cuando un partido entra en el bucle de la corrupción, pierde el control del relato y no consulta la brújula. Los hechos que salen a la luz le superan y empiezan a improvisar ya equivocarse. Veo en memoria los casos a las mentiras de Nixon, los apuros de Sarkozy y las excentricidades de Berlusconi para ocultar la realidad. Rajoy fue derrocado en una moción de censura por las oscuras prácticas de financiación de su partido y enriquecimiento de algunos de sus colaboradores.

La mentira y la corrupción pasan factura en las urnas y castigan a los partidos.

El caso Koldo tiene todos los carpetas de novela negra con episodios grotescos. Aparecen en pantalla personajes como el tal Koldo, que pasó de seguro de discoteca a ser el hombre de confianza del ministro de Fomento, el muy poderoso José Luis Ábalos, pieza protegida del presidente Sánchez hasta que perdió su confianza y posteriore la recuperó en las elecciones de julio pasado. Resulta que el Presidente del club de fútbol de Zamora no era una pintoresca pieza de adorno. La prensa no es responsable de que salgan personajes de relevancia menor que se demuresan claves en la ejecución de las tramas de corrupción que trabajan bajo la cobertura de partidos políticos.

Los partidos son necesarios para el funcionamiento del sistema democrático. Pero si se empeñan en echarse en cara sus sucios trapos sin responder a las irregularidades que se les atribuyen, lo normal es que las urnas les pasen factura o, peor aún, que les envien a la irrelevancia política. El gran público está cada vez más informado y es irresponsable tomarlo por imbécil. La idea de Popper de que la democracia no consiste en formar gobiernos sino en echarlos es siempre vigente. Que se sepa todo.

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