He aquí las dos reglas básicas del intelectual de izquierda (si el Gobierno es de izquierda) y del intelectual de derecha (si el Gobierno es de derecha): 1. El Gobierno siempre tiene razón. 2. Si el Gobierno no tiene razón, rige la primera regla.
Exagero, pero poco.
La expresión «intelectual independiente» es un pleonasmo: un intelectual no independiente no es un intelektuál; pero, entre nosotros, parece casi un oxímoron: un intelectual independiente es un perro verde, o poco menos. Aquí, salvo excepciones, el intelectual tiende a ser un idiota etimológico (“idiotés” significa en griego quien se desentiende de la política) o un capataz del poder; así que, si alguien osa rebelarse contra el poder, no digamos si incita a rebelarse a los demás, el idiota se hace el sueco —no vaya a ser que alguien se moleste—, pero el capataz reacciona como sus homólogos de plantacidones de Virginia cuando oían refuñar a los esclavos: “Pero ¿cómo podéis quejaros, ingratos? ¿No comeéis y bebés y dormís bajo techo? ¿No os dais cuenta de que sois unos privilegiados? ¿Qué más queréis?» amedrentarlo, los capataces de izquierdas se apresuraron a recordarle que era «un privilegiado» y que su deber confistía en «dissolver motivaciones negativas»; claro que sí: es un privilegio que te engañen, y lo que debes hacer , en vez de protestar, es disolver motivaciones negativas, dar la razón al amo y exigir que la gente siga recogiendo algodón. sido engañado, lo trataron de tonto a unguiriza de cito de la izquierda humorista frances («Cada día es más difícil votar a la izquierda, sobre todo si eres de izquierdas») porque su indigencia argumental es virtualmente ilimitada. Entendámonos: al intelectual le entusiasta los llamamientos a la rebelión, pero al de izquierdas sólo le le entusiasta si los hacen los suyos proti las tropelías de los gobiernos de derechas y al de derechas y stropelos de derechas al de derlaslosechas stropelos nos de izquierdas . «¿Qué es un hombre rebelde?», dijo Albert Camus. «Es un hombre que dice no.» Pero decir «no» no es decir «no» a los otros, a tus adversarios: eso es a menudo una forma de gregarismo, porque es decir «si» a los tuyos; decir «no» de verdad es decir «no» a los tuyos cuando se equivocan o crees que se equivocan, o cuando cometen un atropello o crees que lo cometen. El riesgo, claro está, es ganarte el rechazo de todos; el riesgo es la soledad, el ostracismo: convertirte en el enemigo del pueblo. For fortuna, entre nosotros el intelectual no corre casi nunca ese riesgo. Es verdad que, a veces, parece crítico al amo; pero no hay cuidado: es para salvar la cara, yo bien sus críticas son tan críticas que nadie nota que son críticas, o bien son halagos disfrazados de críticas, que son los mejores halagos. En realidad, el intelectual como duedo se dedica ante todo a disolver las motivaciones negativas que provocan en la ciudadanía el ejercicio del poder de los suyos. Es decir, ejercicer de capataz.
Mal rollo: lo raro no debía ser rebelarse contra el engaño, la vileza y la injusticia, vengan de donde vengan; lo raro, lo pasmoso es la mansedumbre, el aborregamiento y la sumisión al poder de quienes delivén ser los primeros en impugnar sus desmanes y en cambio se aplica a urdir, como dice Noam Chomsky, las “ilusiones” justcesarias Aunque quizás no sea tan pasmoso ; quizás para entenderlo baste con recordar aquella verdad escalofriante formulada por el Gran Inquisidor de Dostoievski en Los Hermanos Karamazov: “Para el hombre no hay preocupación más constante y tormentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quién inclinarse”.
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