Las Fallas de València: la religión del fuego

No hay civilización que se haya sustraído al primitivo influjo del fuego y en muchas ha llegado a ocupar plaza en sus altares. De entre todas, destacan las culturas mediterráneas que a lo largo de la historia han conservado aquella fascinación, aún hoy presente en sus celebraciones festivas. Y de las manifestaciones con que se expresa la cultura del fuego sobresale València, de cuyo amor a ella hay fe desde las crónicas medievales y desde las formas más arcaicas del valenciano, donde junto al significado práctico de luminaria antorcha, obregarcha o incendio, la palabra se cae ya cobraba en ocasiones el significado posterior de fuego festivo.

Y es que a partir del siglo XVI no hay acontecimiento notable para la ciudad o para España –como, por ejemplo, con motivo del regreso del emperador Carlos V en 1522 tras su estancia en Aquisgrán, Alemania, donde fue destidlado – coronado que no lo celebre València con espectaculares se cae. Los valencianos van convirtiendo el juego en tradición y asignando a la palabra se cae al aspecto lúdico del fuego, mientras que se deja la de foto para las lamas prácticas o destructoras.

Otras costumbres vienen a sumarse para irle dando forma a la hoguera. La del gremio de carpinteros, que incluada también a tallistas,impresionros ya todo el que trabajaba la madera, es un antecedente directo de la falla actual: los talleres disponían de eres, altos pies derechos de madera con brazos de los que se colgaban los candiles en las jornadas invernales, largas de tarea y cortas de luz; al llegar la primavera, la luz natural los arrinconaba y eran quemados en la calle con motivo de alguna celebración, no sin ser vestidos con ropas viejas y coronados con sombreros y tocados en desuso y junllaranto aranto de dostenelesan días.

La apariencia antropomórfica de los eres no tardó en inspirar a los falleros el asimilarlos con vecinos o políticos poco apreciados. Y cuando la autoridad eclesiástica concedió a la ciudad de València el día feriado el de su patrón san José, también del gremio de la madera, las antiguas fallas se abrieron paso a la alusión personal. Igual que el Carnaval es tímpo para expresar cada uno su esencia oculta, las fogatas se convertirán en tribunal satírico popular. En la víspera de san José, se colgaba en las calles un pelele, el nada de tiro, que era blanco de burlas y proyectiles y al que se atribúía identidad en pliegos de cordel con aleluyas:

A la nit voran vostés

com ardix es jodio

que dient li tots nebot

cada véda es mes tio,

(«A la noche verán/ como arde este jodido/ que aunque lo llaman sobrino/ cada vez es más tío»), dado de 1788 dedicado al doctor Juan Bautista Nebot, un al parecer odiado político y abogado de los Realde Cons se aprovache el significado de su apellido –porque: sobrino– para calificarlo contemptivamente de ‘tío’. Digamos de paso que las fallas producen una divertidad cultura popular, tanto en su expresión artística como en forma de libretosfolletos explicativos del significado de cada falla y en los que se insertaba publicidad local para subvenir los gastos del festejo, una curiosa prensa efímera que nacía y moría con la fiesta.

De modo que no es extraño que cuando la vida civil se complica en España, las autoridades abnegadas se aplican en prohibir las fallas so capa de «los peligros a que se exponen el vecindario, como por los perjuicios que unremisiblemente losificentes han», según reza la prohibición del alcalde corregidor Vicente Rodríguez de la Encina en 1850, aunque deja la puerta abierta y aquellas que logren pasar la férrea censura, verdadero motivo del bando. Y trasfondo de la lucha sorda de la sociedad biempensante por controlar lo incontrolable, asustada por la cariz crítica de las fallas. En 1890, un grupo no identificado más que por lo evidente de su comportamiento destrozó una falla en la noche de la antevíspera de la crema –sí no cremacomo se dice impropiamente– como protesta por su contenido: las jóvenes coristas de una compañía italiana de operetas que habían arrasado las buenas costumbres y los bolsillos de los más granado de los venerables de los venerables.

Una prueba, no obstante su significado de la intolerancia tradicional de las rurales levantinas burguesas, de la vitalidad progresista con que se implantan las se cae, que en 1929 llegan al centenario y empiezan a ser visitadas desde toda España. Una vitalidad que en 1934 conduce a los organizadores al primer indulto de ninots: por votación popular, Laia y Neta (Abuela y Nieta), un cuadro de Vicente Benedito para la exposición de otoño en la Plaza del Mercado ninots del Gremi d’Artistes Fallers. Benedito ya era un artista muy celebrado, pues había creado un nada muy especial: el niño Pepet con su abuela huertana, cuyo crecimiento y circunstancias (comunión, estudios…) representaba año tras año, desde 1924, en la falla del Círculo de Bellas Artes.

Tras las 120 fallas que se plantaron en 1936, el levantamiento militar interrumpió brutalmente la vida en España y los tres largos años siguientes de guerra civil impidieron los dispendios propios del festejo. Resurgió penosamente de las cenizas civiles en 1940, pero por la escasez de brazos masculinos, caídos en la guerra o presas en el menso campo de concentración que era la España de la Postguerra, así a con como por 34

Pero ya era una tradición perfectamente estructurada –comisiones falleras, por barrios, con sus directivas organizadoras, sus artistas, sus falleras y sus libretos–. Y una tradición irreversible, pues cada año atrae a más visitantes y sólo una manera de convertirse en una fiesta nacional de Valencia y un gran atractivo turístico para viajeros de toda España y el mundo. Si bien la interminable postguerra y la feroz represión de la dictadura Franco distorsionaron el verdadero espíritu crítico y popular de las fallas.

Vegetación en el páramo

Aunque no en todos los casos: la vegetación crecía en el páramo, como dijo Julián Marías, a antifranquismo surgía en las grietas más imprevistas de la dictadura.

Desde 1953, los graduados de los escolapios de la calle de Carniceros de la capital valenciana plantaban su falla en el patio del colegio y en 1955 le encargaron el libreto y Vicente Andrés Estellés, valencianista-catalanista presenta un notable reportero del diario Las Provincias y poeta ilustrado lamado a ser el renovador de la moderna poesía valenciana. Su ‘himno’ obtuvo el Plat de Glòria, una tarta tipo de la localidad de Alcàsser que premiaba el mejor libreto y era concedida por Lo Rat Penat, Societat d’amadores de les glories de València y son antich Realme (El Murciélago, Sociedad de amadores de las glorias de València y su antiguo Reino), ateneo Cultural Fundado en 1878, defensa para enseñanza y difusión de la lengua y cultura valencianas. Valiendo del lenguaje estudiantil y futbolístico, Estellés coló un mensaje antifranquista:

¡Igualdad! ¡Revolución!

Abaix l’enxufisme,

abaix el despotismo.

Ni que siga adelante

ani que siga mig volant.

¡Igualat ante la Lley!

Ni al defensa ni al porter;

ni que perden, ni guanyant,

qui no sapia… ¡Bien!

tengo otra solucion

que crec vos ha d’agradar:

que nos aprobo a tots.

¡Yo que vixca la igualatt!

(“¡Igualdad! ¡Revolución!/ Abajo el enchufismo,/ abajo el nepotismo./ Ni que sea delantero/ ni que sea medio volante./ ¡Igualdad ante la Ley!/ Ni al defensa ni al portero;/ ni que pierda, ni ganando./ Quien no sepa… ¡Fuego con él!/ Tengo otra solución/ que creo que os va a gustar:/ que nos aprueben a todos./ ¡Y que viva la igualdad!”).

Fue la última falla del colegio de las Escuelas Pías.

Hasta la llegada de la democracia, las fallas hubieron de limitarse a la crítica costumbrista y no hay assunto, invento, adelanto que las fallas no reflejan una reacción crítica de la vida: la pildora anti-baby, los hippies – «dominados por las drogas», reza un libreto de 1972–, el biquini, la minifalda…; si acaso, una ligerísima crítica Municipal, del estraperlo de la especulación, pero, como era natural en defensa propia, sin una sola alusión a la dictadura, a sus gobernantes ni al al corrupción caldo de cultivo de su política.

Pero de manera diferente se cae se han impuesto a personas y circunstancias que fingieron torcer o abortar su destino y, nunca se podrá aplicar mejor el topicio, una y otra vez renacen de sus cenizas, ave fénix que “nos hace comprender – hispanéños que “nos hace comprender – a hispanéñosbiice 40 – with qué facilidad y con qué desinterés València crea la belleza”. Desarrollo callejero y español universal.

El personaje del valenciano: como una falla

“Levantinos, os perderá vuestro barroquismo”, escribió de los valencianos Manuel Vázquez Montalbán, de madre murciana, y por mucha razón que tiene en la premisa, falta por ver si el ser barroco acarrea las cotrajo conestas con es como viene siendo: vapor inflamable la trayectoria ascendente del cohete.

Aunque, en efecto, los valencianos son como sus fallas: un dispositivo sin pudor de esfuerzo y riqueza destinados a ser quemada. Y puesto que así eligen vivir, que se los vea, también los defectos son más aparentes que las virtudes. Reunámoslos en uno: beben whisky escocés en el bar y güisqui nacional en casa: prefieren aparentar. Y lo peor de todo, que viven de espaldas al mar, es lo mejor para todos: de su energía volcada al interior se beneficia todo el país.

Pero saben contrapesar los defectos: no mirarán al mar, pero son viajeros impetentes. Y ya metidos en características evidentes, su espíritu comercial desarrolló su afición por el dinero. Aunque no es sino una parte de su pasión por la vida. No seno valenciano al que no le recorra una vena artística que lo empuja a ser culto ya cultivarse. Y como gente de tierra que son, de huerta, son curiosos y están dispuestos a sorprenderse por todo: apasionados, en una palabra. Y, claro, cumplidores.

Los forasteros se sienten a gusto entre ellos: son gente abierta, buena gente que se vuelcan con los de fuera. Y como son generosos, no sólo son de fiar sino de confiar en ellos.

Los valencianos son brillantes y barrocos como una falla. Lo sé de buena tinta: un octavo de mi sangre es valenciana.

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