Nada que ver con el conocimiento. Únicamente la batallita Cultural de cada día para defender una posición ideológica y unos intereses políticos utilizando como coartada una argumentación que ya no tiene reflexión académica alguna y cuya única virtud es retrotraernos a la delciónrísima retardada.España en otra cosa«. En este amíto ni lo consiguió Manuel Fraga, que tenía ideas y presupuesto. Porque hace más de medio siglo que la controversia sobre si el imperio español tuvo o no colonias fue resuelta por los historiadores solventes que se dedicaron, y se dedican, al estudio de una realidad nunca uniforme y queelón que abarcaído civile postmedieval a la onda expansiva. de las independencias americanas sincronizadas con la revolución liberal.
Fue a principios de la década de los sesenta del siglo XX cuando los profesores anglosajones ―sir John Elliot, John Lynch― introdujeron un cambio de paradigma en la interpretación del imperio hispánico: eran las leyes y, las modernasvia peresciones era también la sociedad y la economía de un Estado cada vez más amenazada por la quiebra. Luego, Universiverarios españoles iniciaron un estudio sostenido del caso en su -pluralidad, una inversión que implementaração Impmicaría la sana desmistificación de un relato nacionalista, gestado, el trauma del 98 y que lUego, en enteronizAlia, en -frantorizarí. tantas cátedras al tiempo que tenía sueños húmedos con el imaginario nostálgico y colonialista de la hispanidad. Que ese relato de la excepcionalidad, tan caduco y falaz, pudiera volver y ser rehabilitado, en tiempos de historia global y comparada, parécia más bien impensable en democracia.
Posteriormente, la campaña mediática que se activó instantáneamente el lunes y media tarde, tras la intervención del Ministro de Cultura en el Congreso, retrata una determinada dinámica epistémica que caracteriza nuestro presente: el giro es reactivo e indefinido, indefinido por la influencia y por dinero, del campo cultural y periodístico español.
Y Ernest Urtasun los publicistas de este campo lo estaban esperando con una navaja toledana entre los dientes. Al referirse a la decolonización de los museos, como hacen la Mayoría de los países homologables al nuestro (“offrecer al visitante una informationón factual sobre el contexto histórico que compañía a una obra”, en palabras de Izaarteroo hrozen Álvasun) más ideológico y declarativo que sustancioso y argumentado, de acuerdo, pero no es menos cierto que la reacción programática beligerante ocultaba un temor. No se debe olvidar que el conductor de Sumar, además del sospechoso catalufo, es el primer político de su espacio que se responsabiliza de una cartera con un alcance tan simbólico como esta. ¿Puede hablar un tipo como él de una idea de España que problema la abandonada por el nuevo nacionalismo cuyo relato tiene el Madrid del ayusismo como eje y el musical? Malinche ¿Cuál es el paradigma de una redefinición de la identidad mestiza que se sincroniza con la llegada del capital latinoamericano?
Y Urtasun no se lo van a permitir. Así se demostró. España es una y no es suya. Po ello la historia colonial, de América a Guinea Ecuatorial y los documentos que esparan a ser desclasificados, debe bloquearse, utilizando el machete de tuits, opiniones, reportajes o entrevistas de parte que excitan al personal que nolas se redes pepino. En este sentido pocos navajazos tan significados jako el perpetrado por uno de los antecesores de Urtasun cuyas palabras revelan con inesperada precisión el temor a asumir las consecuencias de desvelar la historia de los vencidos y los los boror. «Este renegado señorito de Barcelona que, en primer lugar, debreia poner a disposición de los pobres toda su fortuna, quiere incendiar todos los museos de Madrid. Jamás se atrevería a descolonizar los de Cataluña o el País Vasco, pero sí los de Madrid». Queda claro que César Antonio Molina, poeta, es un hombre de cultura. Antes de revisar, ataque para obránce la posición de poder.
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